“¿Recuerdas cuando tomó fuego uno de los salones de la academia? Tú y yo no lo contamos, pero sabíamos que la culpable había sido Pandora. Qué manía de prender esas velas. Además ¿a qué o quienes la encendía? Siempre llegaba a clases y antes de que los profesores dijesen cualquier palabra ella elegía un rincón para encender su ofrenda. Continuamente me hacía sentir nerviosa nuestra amiga Pandora. No me molestaba que encendiera esa vela, el problema era que siempre olvidaba apagarla. Cada uno de nosotros arrastra sus preocupaciones y nadie estaba al tanto de esa diminuta luz que se hundía en el piso. Nadie podría culparla, sería una afirmación cruel decir que ella es la responsable del siniestro que le quitó las vidas al gato del edificio. Aprovechamos esa tarde y escapamos hacia el sur o más allá de Santo Domingo. Nos gustaba perdernos, no es inmensa nuestra ciudad, pero igual disfrutábamos caminar por la Pedro Henríquez y contarnos sueños. Improvisar medidas de composición que a pesar de ser milenarias hoy están en apogeo. Crear frases de cinco siente y cinco sílabas, que a pesar de ser breves nos dé la idea de espacio tiempo y lugar. Talvez decir
dejó un sorbo
en la taza de café
él miró atrás
Me corregiste el primero. No eran dos letras sino dos sílabas, pero te expliqué que sílabas son tres y letras dos. Pero igual te ocupaste en invalidarme. Nos gustaba hablar, discutir y luego entender que no reconocíamos nada a nuestro alrededor.
-- ¿Dónde estamos? --no te gustaba preguntar pero te obligué acercarte al vendedor callejero que desprendía aromas de frutas y cansancio.
– Están en la ciudad de los Toldos. –respondió El vendedor.
– ¿Entre Ríos? – preguntaste preocupado.
Te gustaba también –sé que lo disfrutabas- comprarme todo cuanto vieras. Lo hacías, no solamente para complacerme, te gustaba gastar todo el dinero para luego aumentar el efecto de desorientación. Nuestro pasatiempo no sólo era caminar por las calles menos frecuentadas, sino que buscábamos la forma de quedarnos desamparados. La tarde que sucedió el incendio estábamos entre Mansalva y Tomadá, recurriendo a la buena voluntad de algún conductor que nos encaminara hacia la avenida 13 de julio o cualquier calle céntrica. Dos señores de traje oscuro se detuvieron ante tus insistentes señales, parecías un náufrago frente al único barco a la vista. Quien conducía preguntó algo, pero lo hizo antes de bajar el vidrio, tú leíste las palabras y dijiste, 13 de julio. Saltamos al carro, sin música, sin conversaciones de primera vez, los cuatro en silencio, veíamos a lo lejos una cortina negra de humo que se confundía con la última luz de la tarde.
– Ahora nos acercamos más a nuestra situación real –Hablabas con aparente seguridad, pero sé que tenías miedo.”